El internet de las cosas es algo que lleva mucho tiempo escuchándose y que poco a poco se está integrando en los hogares, si bien es cierto que queda muchísimo camino por recorrer y, por supuesto, de momento no está al alcance de todos los bolsillos.
¿Acaso no conoces ya a alguien que conecta la calefacción de su casa dos horas antes de llegar, para irla calentando, a través de una sencilla app de tu smartphone? ¿No has oído algo sobre unos frigoríficos inteligentes que te avisan de que te quedan pocos yogures o te indican que la leche está a punto de caducar? ¿Puedes manejar la alarma de casa a través del móvil? ¿También eres de los que hace deporte con una pulserita que te informa sobre tus constantes vitales?
También se está hablado de las smartcities o ciudades inteligentes (refiriéndose a mobiliario urbano que es capaz de aportar información a los viandantes o semáforos que tienen en cuenta las condiciones del tráfico, por ejemplo, entre otras cosas).
Bien, pues todo esto es el internet de las cosas o Internet of Things (IoT) según sus siglas en inglés.
La domótica ya ha ido incorporando objetos conectados a internet a través de los cuales podemos obtener información, arrancar o parar funciones o procesos (tales como encender la luz o la calefacción) o comunicarse entre sí. Vamos, que las cosas podrían conectarse a una base de datos, recoger esos datos y facilitarnos la vida.
Podríamos definir el internet de las cosas como una red mediante la cual los objetos se conectan entre sí, a través de internet.
Se lleva trabajando en ello desde hace décadas y el término comenzó a usarse en 1999 en el Auto-ID Center del Instituto de tecnología de Massachusetts (MIT).
No sería de extrañar que con el arrollador avance de la tecnología en los últimos tiempos vayamos viendo incorporarse más objetos conectados a nuestra vida diaria. Sin embargo, otro de los problemas a los que se enfrenta esta industria es al alto coste y consumo energético que se produce de esta interconexión de los objetos y que será una de las principales áreas de mejora que deberán acometer las empresas que se dediquen a la fabricación de este tipo de productos.
El sector de la salud podría ser uno de los más beneficiados de estos avances, pudiendo controlar a los pacientes a tiempo real, a través de métodos de vigilancia no invasivos pero altamente efectivos.
Pero además de todo esto, ¿os imagináis las impresionantes posibilidades que esto tendría a nivel publicitario? Las marcas de leche podrían patrocinar la información de la caducidad. O quizá tu web sobre el tiempo podría indicarte la temperatura que va a hacer en el lugar donde está situada tu casa de fin de semana e invitarte a prender la calefacción. En fin, que si los objetos realmente pudiesen comunicarse con nosotros, se abriría un mundo de opciones inimaginables y fascinantes.